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 Reflejos de Historia y tradiciones
NíjarHuebro

J. Calatrava

Cuentan, que contaban en Huebro y la Matanza, que habían oído contar, que en la sierra del Risco de Inox existe una cueva que alberga un gran tesoro en su interior, dejado por los moriscos tras su huida. La entrada es tan pequeña y oculta que se hace muy difícil encontrarla por casualidad. Son muchos los que dicen conocerla, en cambio, nadie te conducirá a ella aunque la describen a la perfección.

 

Para entrar en la cueva hay que arrastrarse por un pequeño agujero durante varios metros, después de los cuales la cavidad se agranda permitiendo andar de pie hasta llegar a un lugar donde se hace inmensa.

 

Esta  sala es atravesada por una gran grieta, un precipicio que corta el camino, es tal la cantidad de viento que por ella circula y el bramido de las aguas que discurren por el fondo, que eriza los pelos al más valiente y atrevido, apaga las antorchas que porta, y hasta las pilas de las linternas se descargan en un momento, por una desconocida y extraña fuerza.

 

Sobre la grieta, que puede tener unos cinco metros de ancho, se extiende un estrecho madero carcomido por el tiempo, al que nadie se atreve a cruzar. En la pared del fondo, una puerta con una llave puesta, deja adivinar que tras ella, está el preciado tesoro de oro, alhajas y piedras preciosas.

 

La condición para el rescate del fabuloso botín, seria vencer al miedo, primero al gran estruendo y después al corroído madero que en apariencia no soporta el peso de una persona, mucho menos, si debe volver con una gran carga de riquezas provocada por la avaricia de cualquier mortal ante un tesoro de tal magnitud.

 

Cuentan, que son muchas las personas que se introdujeron en la cueva cegados por la codicia y jamás volvieron a salir de ella, y que entre el bramido del agua y el estruendoso viento, aún se oyen los clamores de aquellos que dieron con sus huesos en el profundo barranco.

 

Por cierto, si decides explorar por tu cuenta, no olvides que las leyendas perduran por siempre, pero los que las indagan y persiguen sus tesoros, se convierten, a veces, en la parte triste de las mismas.

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Cuadro de texto: Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.

Aristóteles (384 AC - 322 AC)