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 Reflejos de Historia y tradiciones
NíjarHuebro

J. Calatrava

Cuentan, que contaban en Huebro, que habían oído contar, que Manuel, el hijo de un aparcero del cortijo de La Quebrá, fue llamado a filas para hacer la mili en Melilla. Manuel, hombre de gran corazón, durante una de sus salidas encontró en la calle a un niño de no más de 7 años que a su paso extendió la mano pidiendo limosna con lagrimas en los ojos. -Dame algo para dar de comer a mi abuelo que está enfermo,- a Manuel se le partió el corazón, no estaba acostumbrado a ver pedir a un niño, en la sierra siempre había que comer aunque solo fueran algarrobas higos y almendras. Las monedas brillaban por su ausencia en los bolsillos del soldado, pero prometió al chaval que al día siguiente le traería algo que comer.

 

A su regreso a la compañía fue a ver al Comandante, no podía olvidar aquellos ojos vidriosos con la mano extendida implorando limosna a todo el mundo. -¿Da su permiso mi comandante?-, Pregunto llevándose la palma de la mano a la frente y dando un fuerte taconazo, -pasa Manuel, ¿qué necesitas?-, -mire usted mi Comandante, todos los días veo salir de las cocinas la comida y el pan que la tropa no ha comido, me imagino que para alimentar a los animales, conozco a alguien fuera que pasa hambre y me gustaría que me autorizara para llevarle un poco de la comida que sobra, los animales casi no lo notaran-, -hecho-, dijo el viejo militar, - hablaré con la cocina para que te preparen una ración todos los días-.

 

A partir de entonces, Manuel entregaba, al que ya se había convertido en su amigo, una ración de comida para él y el abuelo y en algunas ocasiones un azucarillo que recortaba del café. Quedaron siempre en el mismo lugar durante dos años, la puerta sur del parque de Melilla. Faltaban unos días para licenciarse y Manuel pidió al niño poder conocer y despedirse del anciano, ya que tenia que regresar a su tierra. El pequeño condujo al soldado por las callejuelas del mercado hasta una casa semiderruida del barrio árabe,  allí postrado en un viejo camastro se hallaba un anciano, atendido y aseado a pesar de la pobreza que reinaba en el lugar.

 

El anciano pidió besar las manos de Manuel y le dijo, -gracias por haber cuidado desinteresadamente de nosotros durante este tiempo, me han dicho que eres de Huebro, allí nacieron mis bisabuelos en el cortijo de La Quebrá, allí dejaron todas sus ilusiones, sus morales, sus almendros, sus animales  su tierra y sus ahorros, porque ellos pensaban volver.– Comentó el anciano. –En agradecimiento a lo  que has hecho por nosotros te voy a compensar contándote el secreto de nuestra casi desaparecida familia:  En el Cortijo de la Quebrá, en el Bancal de la Roya, junto a un viejo algarrobo hay una piedra blanca que a de pesar unos 5 quintales, si la levantas, debajo encontraras riquezas suficientes para vivir el resto de tu vida. A cambio solo te pido uno de los objetos que allí están enterrados, tendrás que traerle al niño una de las piezas que encontrarás, un collar de oro puro del que cuelga un Rubí del tamaño de una avellana, el resto será para ti.

Cuadro de texto: El Viejo y el collar de Rubí
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