J. Calatrava

             Cuentan, que contaban en Huebro, que habían oído contar, que las noches de San Juan al dar las doce de la media noche, baja desde el Castillo, hasta la fuente, una bella princesa mora con ojos y cabellos azabache. Porta al costado una cantara de barro en la que transportar el liquido, y en su mano, un hermoso pañuelo de seda blanca como la nácar.

 

             En su caminar, canturrea una dulce canción de cuna que, con eco, puede oírse en todo el valle:

 

Dulce niño de esperanza,

amor que me dio la vida,

cierra tus ojitos lindos

mientras Moraima te cuida.

 

Duérmete mi bien preciado,

tu padre esta por venir,

con su caballito blanco

y un manojo de jazmín.

 

             La muchacha llena su cantara de agua, se lava la cara en la fuente y se la seca con el gran pañuelo de seda, volviendo a deshacer, cantando, el camino que conduce  al risco del derruido castillo, repitiendo año tras año el mismo ritual.

 

             Cuentan, que se trata del espíritu errante de una princesa mora, tan enamorada de este Valle de Huebro, que prefirió suicidarse tirándose por el risco con su hijo recién nacido en brazos, antes que tener que abandonar el lugar durante el acoso y expulsión de los Moriscos.

 

Dicen, que a quien tiene la suerte de verla, le acompaña de por vida el amor y la fortuna, y quien se lava la cara después de ella, también le acompaña la salud durante todo el año restante.