Cuadro de texto:   
Cuadro de texto:
 Reflejos de Historia y tradiciones
NíjarHuebro

J. Calatrava

Cómo se combatió y ganó el fuerte de la sierra de Inox.

Rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada”. Luís de  Mármol Carvajal.

 

             Cesó la tempestad del viento aquella noche, y al cuarto del alba salió nuestra gente de Inox, dejando cien soldados en el lugar con dos esmeriles que habían llevado de Almería, pensando poderse aprovechar dellos. Allí quedó el bagaje y el ganado; y toda la otra gente, que serían seiscientos tiradores, docientos hombres de espada sola y cuarenta caballos, puesta en dos escuadrones, fueron la vuelta del enemigo.

 

             La vanguardia, que llevaba don Francisco de Córdoba, comenzó a subir por una vereda áspera y tan angosta, que con dificultad podían ir por ella más que un hombre tras de otro, y con trabajo, por la grande escuridad que hacía; el cual fue rodeando hacia Güebro, lugar de Almería que está a la parte de levante desta sierra, que, como dijimos, está a caballero sobre el peñón, donde tenían los enemigos hecho su alojamiento; los cuales, recelando la entrada de los cristianos por aquella parte, habían puesto su cuerpo de guardia y centinelas en la cumbre más alta; y siendo sentidos los que subían con el ruido que llevaban, comenzaron a saludarlos con las escopetas.

 

             Don Francisco de Córdoba recogió sus soldados lo mejor que pudo, y aunque era de noche, pasó adelante, siguiendo a los adalides del campo que guiaban, y fue a ocupar lo alto por el más conveniente lugar, para bajar por allí a dar en el enemigo, como estaba acordado. Don García de Villarroel, que llevaba la retaguardia, aunque oyó los tiros de las escopetas, no pudo ver con la escuridad lo que la vanguardia hacía; y dándose priesa a caminar, cuando llegó cerca de unas peñas altas, halló obra de treinta cristianos que daban Santiago en unos turcos escopeteros que estaban detrás dellas; y creyendo que eran de los que iban con él, se adelantó y los fue animando hasta llegar a otras peñas tan altas y fragosas, que le compelieron a dejar el caballo para subir a ellas.

                          En esto se detuvo tanto espacio, según lo que después nos decía, que cuando volvió a juntarse con los treinta cristianos, ya ellos andaban a las manos con los turcos; mas como era la noche tan escura, los unos ni los otros sabían qué número de gente era la que tenían delante, y todos estuvieron de buen ánimo, hasta que, riendo el alba, los nuestros se reconocieron y se tuvieron por perdidos, viéndose tan pocos, opuestos a tan grande número de enemigos, que pasaban de quinientos hombres entre turcos y moros los con quien peleaban; y ellos eran por la mayor parte clérigos y acólitos de la iglesia mayor de Almería, y procuradores y papelistas, que ninguno había sido soldado, sino era un viejo de más de sesenta años, natural de Almazarrón, manco de las dos manos.

 

             Este viejo, con el ánimo ejercitado en las armas, se puso delante de todos con un lanzón en la mano y los comenzó a esforzar como lo pudiera hacer un animoso y fuerte capitán; y fue bien menester, porque a la mayor parte de arcabuceros se les habían apagado las mechas, por estar mal cocidas, cudicia diabólica y tan perjudicial de los maestros que la hacen, que porque pese más no la dejan bien cocer, y aun de los proveedores que se la compran por más barata. No se defendían los nuestros ya sino con piedras, y piedras eran las que los ofendían; y era bien menester estirar los brazos y reparar las cabezas, porque caían sobre ellos como granizo las que los enemigos les enviaban, cargándolos tan denodadamente, que se tuvieron dos veces por perdidos; mas defendiolos el bienaventurado apóstol Santiago, invocando su vitorioso y santo nombre.

 

             Estando pues la pelea suspensa, siendo ya claro el día, los enemigos dieron a huir; y sabida la causa, fue porque don Francisco de Córdoba, peleando con los que le defendían el otro paso, los había desbaratado y acudían a juntarse con los otros hacia el peñón, donde pensaban defenderse, por ser sitio más fuerte. Retirados los moros y ganada la sierra, nuestros capitanes los fueron siguiendo hasta el peñón, en el cual hallaron mayor resistencia de la que se pudiera pensar.

 

             Allí pelearon los enemigos como hombres determinados a perder las vidas por la libertad de sus mujeres y hijos, que tenían por compañeras en la presencia del peligro; y resistiendo valerosamente el ímpetu de nuestros soldados, mataron algunos y hirieron más de docientos de escopeta, saeta y piedra. Al alférez Juan de las Eras hirió un moro de una puñalada; a don Diego de la Cerda dieron una mala pedrada en el rostro, y a Julián de Pereda le hicieron pedazos la bandera entre las manos y le molieron el cuerpo a pedradas; y llegó a tanto el negocio, que los soldados, olvidados de que eran acometedores, sin tener respeto a sus capitanes, volvieron las espaldas, dejando atrás las banderas, y el estandarte de caballos a discreción del enemigo; lo cual todo se perdiera si Dios no lo remediara, esforzando a los que pudieron ser parte para detener la gente que se retiraba, y para resistir la furia de los enemigos.

 

             Estos fueron don Francisco de Córdoba, don Juan Zanoguera, don García de Villarroel, don Juan Ponce de León, Pedro Martín de Aldana y Juan de Ponte, escudero particular; los cuales atajando una parte de la gente, socorrieron las banderas a tiempo que fue bien menester. Andando pues los capitanes recogiendo los soldados y haciéndolos volver a pelear, se acercaron a unas peñas que estaban a la mano izquierda del peñón, donde les pareció que había poca gente, no porque entendiesen que podían subir por ellas, porque eran muy ásperas, sino por ver si podrían divertir al enemigo llamándole hacia aquella parte.

 

             Mas sucedioles la ocasión en todo favorable, porque los moros, no pudiendo creer que pudiera subir por allí criatura humana, confiados en la fragosidad de las peñas, se habían descuidado de poner en ellas la guardia conveniente; y cuando pareció a los capitanes que era tiempo, subieron con tanta presteza, que no dieron lugar a los enemigos de poderles resistir; los cuales comenzaron luego a desmayar, y dando libre entrada a nuestra gente, se pusieron en huida, dejando muertos más de cuatrocientos hombres de pelea, no sin daño de los cristianos, porque mataron siete soldados y quedaron heridos más de trecientos.

 

             Murió peleando valerosamente el capitán de los turcos, llamado Cosali; fue preso Francisco López, alguacil de Tavernas; captiváronse algunos moros, que don Francisco de Córdoba dio para las galeras, y dos mil y setecientas mujeres y muchachos; y fue tanta la ropa, dineros, joyas, oro, plata, aljófar y los bastimentos ganados y bagajes, que a la estimación de muchos valió más de quinientos mil ducados la presa. Sola una bandera se tomó a los moros, porque el turco no había consentido que se arbolase más que la suya, y aquella había tenido siempre arbolada en lugar que los cristianos la pudiesen ver.

 

             Habida esta vitoria, don Francisco de Córdoba volvió a Inox, y de allí a Almería, donde fue alegremente recebido, y se repartió la presa conforme al concierto: digo que solamente se repartieron las mujeres y muchachos; que lo demás fuera imposible traello a partición, y aun desto hubo hartas piezas hurtadas. Gil de Andrada embarcó su parte y sus soldados, y se fue con las galeras a correr la costa; mas entre los capitanes de tierra quedó harta desconformidad sobre el repartir de la suya, y sobre el quinto y diezmo, de donde vinieron a desgustarse y a darse poco contento.

             Llegaron a Almería en 5 días del mes de febrero don Cristóbal de Benavides, hermano de don García de Villarroel, con trecientos soldados de Baeza y su tierra, a su costa, para hallarse en esta jornada, y el capitán Bernardino de Quesada con ciento y treinta soldados que Pedro Arias de Ávila enviaba a don Francisco de Córdoba para el mesmo efeto, y Andrés Ponce y don Diego Ponce de León, y don Francisco de Aguayo; mas ya hallaron hecha la jornada, y solamente les cupo parte del regocijo, aunque adelante hicieron otros muchos buenos efetos.

 

Cuadro de texto: Volver atrás
Cuadro de texto: Copyright @ 2008 huebro.es                 webmaster@huebro.es