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 Reflejos de Historia y tradiciones
NíjarHuebro

J. Calatrava

Cómo don Francisco de Córdoba fue sobre el fuerte de la sierra de Inox.

Rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada”. Luís de  Mármol Carvajal.

            

             Estando el campo del marqués de los Vélez en Fílix, don Francisco de Córdoba entró en Almería, y fue avisado cómo Francisco López, alguacil de Tavernas, y otros habían fortalecido un fuerte peñón que está sobre el lugar de Inox, y metídose dentro con las mujeres y muchos bastimentos, y que estaban con ellos moros de Berbería y turcos, que habían venido aquellos días en unas fustas, no enviados por sus reyes, sino aventureros; los cuales habían prendido poco antes una espía que enviaba don García de Villarroel, y dádole cruel muerte, espetado en un asador de hierro.

 

             Queriendo pues hacer esta jornada, y pareciéndole que había poca gente en la ciudad para poder llevar y dejar, escribió al marqués de los Vélez a Fílix, que le enviase alguna, conforme a la orden que de su majestad tenía para ello; porque cuando se mandó a don Francisco de Córdoba que fuese a meterse en Almería, y se le encomendó la guardia de aquella ciudad, se le avisó que el marqués de los Vélez tenía orden para proveerle de gente y de todo lo que hubiese menester: mas él no le respondió sí ni no.

 

             Y viendo don Francisco de Córdoba que tenía mal recaudo en él, despachó un correo a Pedro Arias de Ávila, corregidor de Guadix, y aun avisó a su majestad como aquellos alzados aguardaban por horas doce bajeles con setecientos turcos, y le envió una carta árabe que un moro escribía a un morisco de Almería, en que le decía que Aben Humeya había despachado dos moros para Argel pidiendo socorro.

 

             Estos despachos partieron de Almería a 28 de enero en la noche, y otro día de mañana llego a la playa Gil de Andrada con nueve galeras y cantidad de bastimentos y municiones para provisión de la ciudad; y dándole parte don Francisco de Córdoba del negocio de Inox, le pidió trecientos soldados para con ellos y la gente de la ciudad hacer la jornada; el cual se los dio, y por cabo dellos a don Juan Zanoguera, aunque difirieron al principio sobre la manera como se había de repartir la presa y sacar el quinto y diezmo della; que por nuestros pecados en esta era reinaba tanto la cudicia, que escurecía la gloria de las vitorias; mas al fin se conformaron en que se hiciese dos partes della, y que la una llevase la gente de tierra, y la otra la de la mar, sacando primero el quinto y el diezmo para el Capitán General.

 

             Luego se apercibieron de todo lo necesario para el camino, y aquella mesma tarde partieron de Almería, pensando hacer el efeto amaneciendo otro día sobre Inox, y volver a la noche a la ciudad; mas no fue posible, porque la guía los llevó rodeando, y cuando llegaron a vista de los enemigos, eran las nueve horas de la mañana, domingo 30 días del mes de enero. Este peñón tiene la entrada tan dificultosa y áspera, que parece cosa imposible poderlo expugnar, habiendo quien le defienda; y tiene otra montaña encima dél, de donde procede, que la fortalece por aquella parte, donde hace una bajada fragosísima de peñas y piedras, que no tiene más de una angosta senda para subir o bajar de la una parte a la otra; y como nuestros capitanes vieron los moros puestos en sitios tan fuertes, juntándose a consejo, trataron lo que se debría hacer, y hubo entre ellos diferentes pareceres.

 

             A los que parecía que habría dilación, se les representaba haber dejado la ciudad y las galeras en peligro, y a esto añadían otras muchas razones, que al parecer eran suficientes para dejar la jornada y volver a poner cobro en lo uno y en lo otro; mas al fin se resolvieron y conformaron en que se difiriese el acometimiento del fuerte hasta otro día, por ser tarde y parecerles que era bien comenzar desde la mañana. Y porque no quedase diligencia por hacer, don Francisco de Córdoba, queriendo entender el intento de los moros, y si se reducirían sin pelear, les envió a apercebir con un morisco de paces, diciendo que si se quietaban y se volvían a sus casas, dejando las armas y dándose a merced de su majestad, los favorecería para que no fuesen maltratados.

 

             Mas los bárbaros, mal confiados y sospechosos, teniendo por consejo poco seguro el de su enemigo, y pareciéndoles que el morisco iba con aquel achaque a espiar y ver la fortificación que tenían hecha, le prendieron y hicieron morir empalado, poniéndole en una alta peña a vista de nuestra gente. Había amanecido este día claro y sereno, y como hacia la tarde cargasen ñublados con tempestad de agua y vientos, los soldados, que por ir a la ligera no llevaban capas ni con que abrigarse, después de haber resistido un gran rato, esperando que pasasen unos turbiones tras de otros, se fueron a guarecer en las casas del lugar de Inox.

 

             No habían aun acabado de entrar dentro, cuando a gran priesa se tocó arma, porque vieron venir derechos a las mesmas casas un tropel de moros, que con ser el tiempo fosco, representaban mayor número de gente de la que era; los cuales no pasaban de treinta hombres, y venían bien descuidados de que hubiese cristianos en aquel pueblo, huyendo de los soldados del campo del marqués de Mondéjar; y acercándose adonde andaban tres hombres desmandados, antes de reconocidos, les mataron uno de los compañeros; y como reconocieron el peligro, volvieron las espaldas la vuelta de la sierra. Don García de Villarroel los siguió, aunque tarde y de espacio, y el efeto que hizo fue recoger dos cristianas doncellas, hijas de un vecino de Almería, y un hijo del gobernador de Boloduí, que llevaban cautivos.

 

             Este día, con toda la tempestad que hacía, mandó don Francisco de Córdoba que fuesen los bagajes a la ciudad por bastimentos, y don García de Villarroel con docientos arcabuceros de su compañía les hizo escolta, hasta ponerlos un cuarto de legua de allí, donde está un paso que necesariamente habían de pasar los enemigos queriendo atravesar de su fuerte al camino de Almería; y viendo andar en un barranco que está hacia el fuerte, cantidad de ganado con unos pastores, envió a Julián de Pereda con ocho soldados, que recogieron parte dello; con que la gente satisfizo a la necesidad humana aquella noche.

 

             Otro día de mañana, sospechando que los moros querrían restaurar aquella pérdida, dando en los bagajes cuando volviesen cargados de bastimentos, don García de Villarroel se puso en el mismo paso con sesenta arcabuceros y veinte caballos; y cuando los bagajes hubieron pasado al campo, queriendo él reconocer las fuerzas del enemigo y entender si tenía mucha escopetería, y qué turcos había, pasó el barranco, y mandó a dos cabos de escuadra que con cada doce soldados tomasen dos veredas fragosas, por donde los moros podían bajar del peñón hacia el mediodía, que era la parte donde él estaba, porque no tenían otra bajada por donde poderle acometer, sino era con mucho rodeo. Puso a Julián de Pereda con la otra infantería docientos pasos atrás, cerca de donde hizo alto con la caballería, para darles calor y orden de lo que habían de hacer. Los moros bajaron luego de su fuerte, dando grandes alaridos; y siendo más de quinientos hombres, echaban a rodar grandes peñas sobre los nuestros, que estaban libres de aquel peligro, cubiertos de dos peñascos muy altos y derechos, que hacían pasar de vuelo las peñas y piedras sin ofenderlos.

 

             Tampoco les podían hacer daño con los arcabuces y saetas, porque las pelotas pasaban por alto y las saetas no llegaban; antes eran ellos ofendidos de la arcabucería, que les tiraba de abajo para arriba con más seguridad y mejor puntería. Andando pues la escaramuza trabada, los moros, que veían su pleito mal parado, comenzaron a desmayar, y muchos dellos volvían huyendo hacia el peñón, cuando un capitán turco llegó en su favor con algunos escopeteros, y haciendo volver a palos a los que huían de la escaramuza, cerró determinadamente con los soldados, diciendo a voces: «En vano fuera mi venida de África si pensara que cuatro cristianos se me habían de defender detrás de una piedra, en medio del campo, teniendo tanto número de valerosos mancebos al derredor de mí. Ea pues, amigos míos, seguidme; que con las cabezas destos pocos que tenemos delante aseguraremos nuestro partido». Con estas palabras se animaron, y llegaron con gran determinación a los soldados de los cabos de escuadra, que aunque eran pocos, defendieron su puesto y les hicieron perder la furia que traían. No aprovecharon las palabras, las obras, ni las amenazas del turco, ni muchos palos y cuchilladas que daba a los que huían de nuestra arcabucería, que ya estaba toda junta, a hacerles que bajase la vil canalla a pelear, hasta que vieron venir cuatro de a caballo y seis arcabuceros que don García de Villarroel había enviado a otro barranco que está a la parte de levante, con más de dos mil cabezas de ganado mayor y menor.

 

             Entonces movidos más del interés que por miedo de las bravatas del capitán turco, hicieron un acometimiento tan determinado, que se entendió que llegaran a las manos con nuestra gente; y al fin, siendo las veredas angostas, y hallándolas ocupadas de la arcabucería, que los hacía tener a lo largo no cesando de tirar, hubieron de retirarse con daño. Volvió don García de Villarroel a Inox, y refirió que a su parecer tenían los enemigos pocos tiradores, y que sería bien acometerlos antes que les acudiesen de otra parte.

            

             Solo había un inconveniente, que era no haber cesado la tempestad del viento, antes ido en crecimiento; mas, bien considerado, era igualmente fastidioso a los unos y a los otros; y así se determinaron los capitanes de subir el miércoles, día de la Purificación de nuestra Señora, al peñón, que fue el mesmo día que el marqués de los Vélez celebró la fiesta en Ohánez. Aquella noche se juntaron a consejo para la orden que se había de tener en el combate, y lo que acordaron fue, que antes que amaneciese partiesen don Francisco de Córdoba y don Juan Zanoguera con la gente de a caballo y parte de la infantería de vanguardia; y luego don García de Villarroel y don Juan Ponce de León marchando poco a poco con la otra gente toda de retaguardia; porque los primeros, a la hora que encumbrasen el cerro, habían de tomar un rodeo hacia la parte de levante, donde había mejor disposición para bajar al peñón y quitar al enemigo la retirada; por manera que, compasando el camino, llegasen todos a un mesmo tiempo.

 

             Y con esta resolución mandaron dar ración y munición a la gente, y que se apercibiesen para el combate.

 

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